16.10.16

A los violentos no les duele.

            No mujer, a él no le duele. No le remuerde la conciencia. No le quita el sueño como a vos. No le pesan las palabras en el fondo de la mente ni le revuelven las tripas los traumas que genera.
            No mujer, no pienses que se arrepiente. No creas que ver tus moretones ni escuchar tu llanto van a hacer que reconsidere su actitud. No pienses que sus súplicas de perdón al día siguiente quieren decir que se terminó el infierno.
            Él no tiene pesadillas terribles ni se despierta al borde del sollozo varias veces por noche. No escucha interminablemente la repetición de todas las veces que te dijo “puta” en su cabeza. No duda de todo lo que es y lo que hace porque nadie nunca le dijo que él no tenía valor…y a vos te lo repitieron hasta el hartazgo.
            No mujer, él no vive con el miedo constante en la garganta de morirse sólo por ser quien es. Él no es la víctima del cuento y vos no sos la histérica, la molesta, la buscaplata, la trolita, la mentirosa, la rebelde, la menstrual. No. Mil veces no.
            Por mucho que cueste abrir los ojos para algunos, llegó el momento de reconocer que los violentos no sienten dolor al violentar. Más bien todo lo contrario. Debería llegar el momento de desarmar las estructuras de ese podrido patriarcado que nos dice que la mujer que tiene un ojo en compota o aparece muerta en una bolsa se lo merecía por tal o cual cosa. Que la piba de 16 años que muere del dolor en un abuso sexual que no tengo adjetivos para describir seguramente se lo buscó por drogadicta, por promiscua, o por lo que fuese. Que las feministas reprimidas en Rosario se lo merecían por atreverse a levantar la voz contra el Sagrado Orden Patriarcal de las Cosas Existentes. Que la mancha de pintura roja en una pared es mucho más grave que la mancha de la sangre de una mujer en el piso.
            Ya basta, por favor. Basta de pretender que un grupo de gente perseguida puede mantenerse protestando pacíficamente cuando cada día son tres mujeres que aparecen tiradas por ahí, masacradas, desechadas como cosas. Basta de criticar al movimiento que busca derechos iguales para todos porque pintaron dos paredes con reclamos que a ojos vistas son cuestiones obvias. ¿Tenemos que creer que realmente les indigna más un graffitti que una muerte humana? ¿Tenemos que creer que la pintura de un edificio vale más que la vida de una mujer? ¿De verdad valemos tan poco para todos ustedes?
            El machismo inserto en prácticas y dimensiones discursivas es lo más difícil de ver, lo más arraigado y lo más urgente de cambiar. No hay leyes que cambien la idiosincrasia machista. Una ley no hará que dejen de acosarnos sexualmente por la calle, ni que paren de golpearnos, o que dejen de querer callarnos cuando decimos lo que pensamos. Pero el Estado puede hacer la diferencia, TIENE que hacer la diferencia.
            Una política pública integral podría significar la supervivencia para tantas mujeres que hoy están al borde de ser un número más en la lista interminable de femicidios. No basta con una línea de ayuda telefónica. Es el Estado en su conjunto el que debe actuar para protegernos y para darnos los mismos derechos que a todo hombre se le reconocen, pero a cada mujer se le escatiman. Poder legislativo para hacer leyes dignas del siglo XXI y no del medioevo. Poder ejecutivo para poner en práctica las dimensiones de las leyes, y políticas concretas de ayuda a la mujer. Poder judicial para cuando todo lo anterior no haya sido suficiente y para resolver todos los casos que la omisión del Estado ayudó a materializarse hasta el día de la fecha.
            Pero no basta con pedirle al Estado y sentarnos a esperar utópicamente que nuestros corruptos de turno hagan algo por nosotras…sobre todo siendo que ya demostraron que no les importamos demasiado. El cambio viene de abajo, con lentitud, pero con firmeza.
            Educación, desnaturalización de lo que es producto de un desarrollo histórico y material, descondicionamiento de todo lo que te quisieron meter en la cabeza, duda radical de lo que te dijeron que era de una manera y era inexorable pero en realidad era una construcción social. Estos deberían ser los pilares del desarme de los micromachismos y la cultura de defensa del violador y el agresor. Si queremos cambio, tenemos que empezar por nosotras. Erradicar en nosotras los micromachismos que podamos detectar. Dejar de justificar las palizas, las violaciones y los femicidios. Entender que los cuerpos son propiedad de cada uno y que no se tocan sin consentimiento por nada del mundo. Defender nuestros derechos. Plantarnos y que no nos muevan ni un milímetro.
            No mujer, a él no le duele, a ellos no les duele. El dolor es tuyo, usalo. Gritalo, mostralo. Gritá “Ni una menos” hasta que te sangren las cuerdas vocales, con un grito que te venga de lo más profundo del útero donde todos quieren meter sus garras. Protegete y protegé a tus hermanas, aunque no las conozcas. Ya no te calles, mujer, gritá, pataleá, peleá con todo lo que tengas. Porque aunque quieras ser pacífica, nos están matando y hay que pelear. En pleno siglo XXI, es pelear o morir, es gritar o aparecer en una bolsa en un descampado oscuro.
            Recordá siempre, mujer, que ellos tienen el poder político porque siempre nos dejaron afuera. Recordá que el sistema es una construcción social, una estructura que es fuerte…pero que puede caerse. Que de sus cenizas podría salir una sociedad mejor. Que podemos construir algo mejor, pero primero tiene que caerse lo viejo.
            No seas vos la primera machista, mujer. No seas vos la primera en cerrar los ojos. No seas vos la ingenua que piense que a ellos les duele. Porque no les duele, mujer. Tu muerte no les duele, tu sangre les es indiferente. Al feminismo sí le duele. A nosotras nos importa y para nosotras no sos un número más.
            Por eso, la próxima vez que quieras condenar al feminismo que quiere salvarte, o justificar al violento que (te) agrede, recordá. Recordá siempre, mujer, que al violento no le importa tu llanto, ni le duele tu herida, ni le pesa tu sangre, ni le da culpa tu muerte.

8.3.16

¿Feliz día?

            Ocho de marzo y me empiezan, ni bien llegan las doce, a llover saludos de personas de las cuales he escuchado comentarios machistas en demasía. Pasa otro día de la mujer en el que se pretende tapar con flores, bombones, y promociones de tarjetas el dolor, la violencia y la opresión. Sigue pasando el tiempo, y yo sigo teniendo miedo de salir a la calle cuando me pongo algo mínimamente “revelador”. ¿Realmente, feliz día? ¿Les parece?
            Yo no quiero flores, bombones ni regalos. No quiero descuentos en restaurantes y peluquerías ni sorteos de locales de ropa de marca. No quiero que sigan banalizando y simplificando este día como banalizan nuestra entera existencia…aunque no me extraña ni un poco el intento.
            Toda la parafernalia de celebrar el día de la mujer como quien celebra el día de la primavera es una manera bastante perversa de intentar conformarnos mientras los aspectos claves de nuestra situación de género siguen exactamente igual que antes, mientras las ruedas grandes giran, nos condicionan y nos aplastan.

            En primer lugar bueno sería recordar la verdadera razón que hace que este día sea proclamado “de la mujer”, o quizás las razones en plural.
            Desde la mujer en la antigüedad, con referentes reales como Hipatia de Alejandría, matemática y astrónoma asesinada, o referentes literarios como Lisístrata, pasando por la Revolución Francesa y su toma de conciencia femenina, se encuentran hitos de la lucha de la mujer a lo largo de la historia…cuando el relato oficial lo nombra, claro está. Sin embargo, las primeras referencias al Día de la Mujer tienen que ver con luchas mucho más actuales, de la mitad del siglo XIX en adelante, y sobre todo con referencias muy arraigadas en el movimiento obrero y el sufragio femenino. Si bien se tiene en cuenta el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist en Nueva York el 25 de marzo de 1911 como una fecha clave para la proclamación del Día Internacional, porque evidenció las terribles condiciones de trabajo que tenían que soportar las mujeres, lo cierto es que varios grupos obreros y feministas ya venían luchando desde principios del siglo XX celebrando el Día de la Mujer en fechas diversas: Estados Unidos en 1908 y 1909 por el grupo de Mujeres Socialistas, seguida por la proclamación del Día Internacional de la Mujer en 1910 en la Segunda Conferencia de Mujeres Socialistas en Copenhague. Figuras tan importantes como Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Nadezhda Krúpskaya son responsables, entre otras tantas mujeres militantes, de esta declaración. Un poco más tarde, tras el incendio y con la participación del género femenino en las Guerras Mundiales y la Revolución Rusa, el Día Internacional de la Mujer fue cobrando más fuerza.
            Claramente que está muy bueno conocer por qué, pero no nos alcanza que se hagan los superados y pongan un lindo post con una foto de época recordando a un grupo de mujeres luchadoras. Aunque la base para entender nuestros reclamos sea conocer la historia del movimiento y de la fecha, la verdadera necesidad de las mujeres en este día pasa por otro lugar mucho más estructural que el mero recuerdo de una cronología o de una sumatoria de sucesos. La necesidad más profunda y acuciante de las mujeres en nuestro tiempo es ser reconocidas como seres humanos de igual condición que cualquier hombre, en todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas. Parece tan poco, tan lógico, tan cercano al sentido común, y sin embargo nos falta todavía un larguísimo camino hacia la equidad concreta y verdadera.
            Para empezar deberíamos entender que los avances que se lograron hasta ahora, si bien son valorables, no son suficientes. Existe, en ese profundo nivel estructural al que me refería, un sistema de valores y de jerarquías arraigado en nuestra sociedad occidental que determina quién está por encima de quién, y quiénes se llevan la peor parte. Nombro esto porque he escuchado que “por qué no hay un día del hombre” o “los hombres también sufren violencia de género y ustedes no dicen nada”, o incluso peor “ustedes quieren ser superiores, son hembristas y feminazis”. Em, no. A ver si nos entendemos: la violencia de género está sostenida por un sistema de dominación patriarcal en el cual el sujeto promedio que ejerce la dominación es el hombre blanco heterosexual. Dicho sujeto no puede sufrir violencia de género cuando es quien detenta el poder para ejercerla a través de los privilegios que le da su posición. Es la misma lógica torcida que quiere sostener el racismo a la inversa, que tampoco existe. Cuando pertenecés a la casta que detenta el poder, puede que recibas un comentario agresivo, pero está individualizado y queda ahí. Lo grave del racismo y el sexismo es que tienen como base un sistema social que se mantiene prácticamente intacto hace siglos: vos, mujer a la cocina, o vos esclavo a limpiar; yo, hombre blanco, a las actividades cultas y elevadas, a la vida social. Y el comentario agresivo hacia la mujer u hacia otra raza no queda ahí, sino que se replica en políticas de Estado, en desventajas en los lugares de empleo, en violencia de varios tipos, en diferencias en el acceso a derechos básicos.
            Aclarado esto, que me parece clave, lo que una verdadera feminista busca es el reconocimiento de su condición de ser humano con iguales capacidades que cualquier hombre. No se busca la superioridad, sino que se acepten nuestras diferencias sin perder la equidad. No creo que haber nacido con un útero me impida ganar lo mismo que un hombre si hago la misma tarea, por ejemplo. No creo tampoco que existan carreras universitarias que una mujer no pueda seguir porque “son de hombre”. Mi útero no me condiciona como ser humano, ni afecta mi inteligencia, ni me convierte en inferior. Soy igual que vos, hombre, pero con otra anatomía. Sigo siendo un sujeto con derechos, aunque no me los respeten.
            En esa equidad entran un montón de cuestiones, no solo el ámbito profesional. La más grave en nuestro país últimamente es la violencia física, concreta y palpable que sufren muchísimas mujeres. Cuenta como una cuestión de no equidad porque dentro de esta sociedad machista las mujeres estamos concebidas como madres, como novias, como compañeras sexuales, siempre dependiendo de un hombre y siempre debiendo estar pendientes de atenderlos. En palabras más brutas, somos un objeto a poseer que sirve para el placer masculino, la reproducción, y las tareas domésticas que un hombre no se quiere rebajar a hacer. Y cuando “osamos” rebelarnos, la respuesta es la violencia, porque el hombre teme lo que no puede controlar y ejerce sobre él la violencia para compensar su dominación amenazada. La mujer no es completamente dueña de su cuerpo ni de lo que le sucede, sino que ve ultrajado su derecho a decidir desde que nace hasta que muere, a veces incluso a manos de su frustrado dominador.
            Ya sea con un comentario sexual en la vía pública, ya sea con la violencia de género física, pasando por la violencia obstétrica de la que no se habla y otras tantas aristas, la mujer ve constantemente cómo su cuerpo es apropiado por terceras personas, generalmente hombres (aunque hay casos de mujeres que reproducen las lógicas de la violencia machista). En lugar de enseñársele a los hombres que el cuerpo de la mujer es exclusivamente de su propiedad y que nadie excepto ella puede decidir sobre él, se nos enseña a nosotras a vestirnos recatadas porque nos puede pasar algo, a no salir de noche porque es peligroso, a no ir solas a determinadas zonas, a no protestar cuando pasa algo porque bueno, algo habremos hecho. NO. Mi cuerpo es MÍO, y yo quiero poder decidir sobre lo que le sucede. Entonces, si yo no te digo que sí, mi cuerpo no se toca, no se agrede, no se apropia. Este cuerpo es mío y que la sociedad machista pretenda otra cosa no es motivo suficiente para que me peguen, me secuestren o me asesinen.
            Quiero decidir sobre mi cuerpo. Quiero que los hombres me respeten en todo ámbito, como corresponde. Quiero caminar por la calle sin ser acosada por comentarios desagradables (porque no, no me importa saber qué te parezco, ni tu apropiación de mi cuerpo). Quiero que se reconozcan mis derechos como mujer, como sujeto, como simple ser humano, como quiero que se reconozcan los derechos de todas las minorías oprimidas que pelean por la equidad en algún sentido (etnias, la comunidad LGBT+, trabajadores precarizados, sectores vulnerables). Quiero vivir en paz con las mismas posibilidades que un hombre puede tener sin que se le cuestione nada.
            Como toda persona que esté mínimamente atenta a los sucesos del día a día sabe, nada de eso se cumple. Por eso yo dudo, y no afirmo un “Feliz Día de la Mujer”. Seguiré dudando porque es la manera que encuentro para intentar correr un milímetro el velo de superficialidad que se le da a este día y a nuestra lucha entera. Mientras haya mujeres que sufran la opresión machista, habrá que seguir dudando, porque en el momento en que dejemos de dudar habremos dejado de pelear.

         Entonces… ¿feliz día? ¿Les parece?