No mujer, a él no le duele. No le
remuerde la conciencia. No le quita el sueño como a vos. No le pesan las
palabras en el fondo de la mente ni le revuelven las tripas los traumas que
genera.
No mujer, no pienses que se
arrepiente. No creas que ver tus moretones ni escuchar tu llanto van a hacer
que reconsidere su actitud. No pienses que sus súplicas de perdón al día
siguiente quieren decir que se terminó el infierno.
Él no tiene pesadillas terribles ni
se despierta al borde del sollozo varias veces por noche. No escucha
interminablemente la repetición de todas las veces que te dijo “puta” en su
cabeza. No duda de todo lo que es y lo que hace porque nadie nunca le dijo que
él no tenía valor…y a vos te lo repitieron hasta el hartazgo.
No mujer, él no vive con el miedo
constante en la garganta de morirse sólo por ser quien es. Él no es la víctima
del cuento y vos no sos la histérica, la molesta, la buscaplata, la trolita, la
mentirosa, la rebelde, la menstrual. No. Mil veces no.
Por mucho que cueste abrir los ojos
para algunos, llegó el momento de reconocer que los violentos no sienten dolor
al violentar. Más bien todo lo contrario. Debería llegar el momento de desarmar
las estructuras de ese podrido patriarcado que nos dice que la mujer que tiene
un ojo en compota o aparece muerta en una bolsa se lo merecía por tal o cual
cosa. Que la piba de 16 años que muere del dolor en un abuso sexual que no
tengo adjetivos para describir seguramente se lo buscó por drogadicta, por
promiscua, o por lo que fuese. Que las feministas reprimidas en Rosario se lo
merecían por atreverse a levantar la voz contra el Sagrado Orden Patriarcal de
las Cosas Existentes. Que la mancha de pintura roja en una pared es mucho más
grave que la mancha de la sangre de una mujer en el piso.
Ya basta, por favor. Basta de
pretender que un grupo de gente perseguida puede mantenerse protestando pacíficamente
cuando cada día son tres mujeres que aparecen tiradas por ahí, masacradas,
desechadas como cosas. Basta de criticar al movimiento que busca derechos
iguales para todos porque pintaron dos paredes con reclamos que a ojos vistas
son cuestiones obvias. ¿Tenemos que creer que realmente les indigna más un
graffitti que una muerte humana? ¿Tenemos que creer que la pintura de un
edificio vale más que la vida de una mujer? ¿De verdad valemos tan poco para
todos ustedes?
El machismo inserto en prácticas y
dimensiones discursivas es lo más difícil de ver, lo más arraigado y lo más urgente
de cambiar. No hay leyes que cambien la idiosincrasia machista. Una ley no hará
que dejen de acosarnos sexualmente por la calle, ni que paren de golpearnos, o
que dejen de querer callarnos cuando decimos lo que pensamos. Pero el Estado
puede hacer la diferencia, TIENE que hacer la diferencia.
Una política pública integral podría
significar la supervivencia para tantas mujeres que hoy están al borde de ser
un número más en la lista interminable de femicidios. No basta con una línea de
ayuda telefónica. Es el Estado en su conjunto el que debe actuar para
protegernos y para darnos los mismos derechos que a todo hombre se le
reconocen, pero a cada mujer se le escatiman. Poder legislativo para hacer
leyes dignas del siglo XXI y no del medioevo. Poder ejecutivo para poner en
práctica las dimensiones de las leyes, y políticas concretas de ayuda a la
mujer. Poder judicial para cuando todo lo anterior no haya sido suficiente y
para resolver todos los casos que la omisión del Estado ayudó a materializarse
hasta el día de la fecha.
Pero no basta con pedirle al Estado
y sentarnos a esperar utópicamente que nuestros corruptos de turno hagan algo
por nosotras…sobre todo siendo que ya demostraron que no les importamos
demasiado. El cambio viene de abajo, con lentitud, pero con firmeza.
Educación, desnaturalización de lo
que es producto de un desarrollo histórico y material, descondicionamiento de
todo lo que te quisieron meter en la cabeza, duda radical de lo que te dijeron
que era de una manera y era inexorable pero en realidad era una construcción
social. Estos deberían ser los pilares del desarme de los micromachismos y la
cultura de defensa del violador y el agresor. Si queremos cambio, tenemos que
empezar por nosotras. Erradicar en nosotras los micromachismos que podamos
detectar. Dejar de justificar las palizas, las violaciones y los femicidios.
Entender que los cuerpos son propiedad de cada uno y que no se tocan sin
consentimiento por nada del mundo. Defender nuestros derechos. Plantarnos y que
no nos muevan ni un milímetro.
No mujer, a él no le duele, a ellos
no les duele. El dolor es tuyo, usalo. Gritalo, mostralo. Gritá “Ni una menos”
hasta que te sangren las cuerdas vocales, con un grito que te venga de lo más
profundo del útero donde todos quieren meter sus garras. Protegete y protegé a
tus hermanas, aunque no las conozcas. Ya no te calles, mujer, gritá, pataleá,
peleá con todo lo que tengas. Porque aunque quieras ser pacífica, nos están
matando y hay que pelear. En pleno siglo XXI, es pelear o morir, es gritar o
aparecer en una bolsa en un descampado oscuro.
Recordá siempre, mujer, que ellos
tienen el poder político porque siempre nos dejaron afuera. Recordá que el
sistema es una construcción social, una estructura que es fuerte…pero que puede
caerse. Que de sus cenizas podría salir una sociedad mejor. Que podemos
construir algo mejor, pero primero tiene que caerse lo viejo.
No seas vos la primera machista,
mujer. No seas vos la primera en cerrar los ojos. No seas vos la ingenua que
piense que a ellos les duele. Porque no les duele, mujer. Tu muerte no les
duele, tu sangre les es indiferente. Al feminismo sí le duele. A nosotras nos
importa y para nosotras no sos un número más.
Por eso, la próxima vez que quieras
condenar al feminismo que quiere salvarte, o justificar al violento que (te) agrede,
recordá. Recordá siempre, mujer, que al violento no le importa tu llanto, ni le
duele tu herida, ni le pesa tu sangre, ni le da culpa tu muerte.