Europa tiene cerradas
las puertas, y el mundo tiene cerrados los ojos y el corazón. Si es que aún se
puede hablar de corazón en estos tiempos actuales de desarraigo, fracturas y
ríos de sangre.
Cierto es
que la xenofobia existe desde que el hombre es hombre, porque la humanidad
parece tener una necesidad instintiva de delimitar a un Otro lejano y peligroso
que haga las veces de chivo expiatorio y cargue con las culpas de todos sus
problemas. Porque reconozcamos que hacernos cargo de nuestras responsabilidades
no es algo muy común en esta marea rota de individualismos a la que llamamos
sociedad.
También existen desde
que el mundo es mundo las guerras contra ese Otro lejano y peligroso, el
enemigo eterno. Inútil sería un recuento histórico de las guerras pasadas: la
humanidad siempre se ha ensañado en matanzas inútiles y en el sufrimiento del
otro. Sin embargo, en la escuela nos enseñan las cronologías de diversos
conflictos pero nunca su alcance humano, como si las muertes fueran de tinta y
no de carne y hueso.
Y ahora aparece la foto
de un niño ahogado y parece que recuperamos la conciencia de una cachetada.
Aylan Kurdi, el chiquito sirio que pudo escapar de las balas pero no de la
pobreza ni del cruel destino de los marginados que huyen de un lugar
desgarrado. El pequeño al que todos quisimos ayudar cuando ya no había ayuda
posible.
Pero somos realmente
ciegos si necesitamos que una foto nos recuerde que el mundo es un lugar cruel.
Lo digo muy claro y me hago cargo: a mí, como comunicadora en formación, la
publicación de la foto del cuerpito de Aylan me plantea un debate muy fuerte
entre el "deber periodístico" y mis convicciones de ética
profesional. ¿Realmente es necesario publicar hasta el hartazgo la foto cruda
del niño muerto, tirado en la playa como si fuese una cosa? Sí, tiene valor
histórico, sí, es un símbolo, pero sacada de contexto no nos cuenta
absolutamente nada sobre las circunstancias que llevaron a esta tragedia. Sin
un epígrafe, la foto sacada de contexto podría haber salido de otro lado y
decir otra cosa (como todo signo, es polisémico y abierto a múltiples
lecturas). Entonces, ¿qué valor informativo puede tener, realmente? ¿De qué
incierta voluntad de cambio hablan desde los medios, cuando es facilísimo
decidir sentado en una cómoda sala de conferencias con un traje caro y un café
importado? No puedo dejar de pensar que el verdadero objetivo detrás de la
publicación de la foto es el lucro...porque no nos olvidemos de que un medio de
comunicación como la CNN o el diario El País sigue siendo una empresa. Además,
de tanto verla, la gente se acostumbra a que le presenten imágenes cada vez más
crudas, obteniendo cada vez menos reacción.
A esto quería llegar,
en parte: a la reacción mundial que generó la fotografía y que no puedo dejar
de calificar como profundamente hipócrita y contradictoria. ¿Saben cuál es el
problema? Que vivimos en una sociedad que nos construye como sujetos
completamente racionales y ahistóricos, en pleno dominio de nuestros actos y
libres de conexiones con el pasado y responsabilidades con el futuro. Entonces
nos creemos que todo está perfecto, que la culpa la tiene otro, y que si el pobre
es pobre se tiene que joder porque algo habrá hecho, y total no es mi problema.
Y como nos creemos
libres de la historia y dueños de nuestras acciones, somos más hipócritas a
cada momento. Hay dos hipocresías gigantes en este caso. La primera es el
aluvión de respuestas desde la comunidad argentina, que compartió la foto por
Facebook, Twitter, Instagram, y toda red social imaginable, con un discurso
progresista y new age que es, como poco, dudoso. ¿Dudoso por qué, me dirán?
Porque claro, cuando el nene se muere ahogado en una costa lejana que no es la
nuestra y por un conflicto en el que no hemos participado, nos rasgamos las
vestiduras y nos horrorizamos porque el mundo es cruel y discrimina. Ahora,
cuando mueren niños de países limítrofes en un incendio de un taller
clandestino, propiedad de la mujer de uno de los candidatos a presidente más
pesados, más de la mitad de la población mira para el otro costado. Cuando una
muerte revela la trama perversa de inmigración desesperada y trabajo esclavo
que sucede a poquísimos kilómetros de uno, ahí la excusa es que bueno, que se
jodan, total vinieron a este país donde nadie los llamó a robarles el trabajo a
los argentinos y usar gratis sus hospitales, sus universidades y sus recursos.
Como si todos nosotros no fuésemos, en casi todos los casos, descendientes de
inmigrantes. Ah, pero esa inmigración tenía la piel blanca y los ojos claros,
entonces era otra cosa…
La segunda hipocresía
es, quizás, peor aún. Es, claramente, la hipocresía europea, que tiene varias
vertientes. Por un lado, Europa se olvida que ellos también huyeron de las
guerras que sus mismos actos habían ocasionado en todo el continente, porque
eran el resultado lógico de un siglo de codiciar los mismos trozos de
territorio y ocasionar escaramuzas de variada intensidad. Se olvida que su
gente también estuvo hambrienta, asustada y sola, cruzando el Atlántico,
dejando atrás parte de su familia y buscando a tientas un nuevo hogar mientras
veían cómo el suyo se desangraba bajo las balas. Lo peor de todo: se olvida de
que nadie les cerró las puertas, de que fueron recibidos e integrados. No es
que haya sido la panacea, ni que no haya habido xenofobia, pero los dejaron
entrar sin marcarlos como intrusos y los dejaron integrarse a nuestra naciente
sociedad (que a nuestros gobernantes les convenía eso no lo niego, pero podrían
haber cerrado la inmigración y eso no sucedió). Yo misma tengo sangre italiana
y española, soy la viviente prueba de que fueron acogidos en su segundo hogar.
Así que si tienen ganas de desmentirme este punto, mírenme a mí (y en muchos
casos podría decir: mírense ustedes). Miren sus apellidos extranjeros, sus
rasgos, sus colores, y piensen en ello.
Por otro lado, y es lo
más irónico de la cuestión, las potencias europeas y Estados Unidos son parte
culpable de la situación actual de los países de origen de todos los asustados
seres humanos que huyen de las balas y el hambre. En primer lugar son culpables
de haber colonizado los territorios de la periferia mundial por ellos
delimitada en los siglos anteriores. La razón por la cual un mapa de
África y
el Oriente Medio acompaña este artículo es para que observen las fronteras, muchas de ellas rectas, prolijas, trazadas con regla, con total indiferencia ante las voluntades
de sus pobladores de aliarse o no para conformar una nación. ¿A qué viene esto?
A que los procesos de colonización primero y descolonización después generaron
países dependientes con gobiernos inestables y poblaciones sometidas a cambios
de amo, pero nunca de sistema de dominación…lo que nos enlaza directamente con
el segundo punto de la culpabilidad. Al comenzar el proceso conocido como
Primavera Árabe, muchos países se rebelaron contra los gobiernos abusivos,
autoritarios y tiránicos que tenían (entre ellos Siria, país de origen de estas
familias en el centro de la escena). Y no creamos ingenuamente que el resto del
mundo permaneció quieto mirando…ah, no, eso no. Siempre que haya un beneficio
de algún tipo, generalmente asociado a una negra y espesa sustancia llamada
petróleo que casualmente mueve las industrias pesadas del mundo capitalista
central, estarán Estados Unidos y la OTAN (sus amigos europeos) detrás de la
espiral de violencia. Ya sea acusando a los rebeldes de terrorismo, o al
gobierno de antidemocrático, o de que sustenta a ISIS o a Hezbollah, encuentran
la manera de financiar a un lado u otro de la guerra, sin ver que así matan a
civiles inocentes. Ah, ¿que sólo son daños colaterales? Escalofriante
eufemismo.
Entonces, cuando
escucho que se hará un “reparto equitativo” de las personas, me pregunto si
será equitativo teniendo en cuenta las culpas de cada país en esta situación,
sean éstas bélicas, financieras, sociales, o de cualquier dimensión. Porque no
me vengan a decir que Luxemburgo o Estonia pesan aquí igual que Alemania,
Francia o el Reino Unido…Y ni hablemos de Estados Unidos, que permanece callado
cuando también debería hacer un mea culpa. Todos ellos deberían hacerse cargo
de sus culpas históricas, porque aunque se crean ahistóricos, no lo son en
absoluto.
Un punto clave a
destacar. No, no son inmigrantes, son REFUGIADOS. El cambio de concepto es
crucial para explicar por qué lo que está haciendo Europa es de la peor vileza
y, para tener más a mi favor, también ilegal. En notorias y numerosas
convenciones de derecho internacional se reconoce el derecho humano de asilo
que tiene un perseguido y que no puede ser negado. Entonces ésta, la peor
crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, quiere ser ocultada
diciendo que son “migrantes ilegales” cuando en realidad son refugiados que
huyen de un horror que ellos NO provocaron. Pero pesa más la palabra de Angela
Merkel o del parlamento húngaro que el dolor humano y el derecho básico. Vuelvo
a decirlo: es facilísimo decidir cuando se tiene una cama caliente, un techo
bajo el que descansar, comida a mano y derechos garantizados.
Para terminar, vuelvo
al debate interno que me generó la publicación de la foto, y al cuestionamiento
que creo debe hacerse sobre el rol de los fotógrafos y periodistas que cubren
estas catástrofes. Para que lo piensen, les dejo un texto que no es mío, pero con
ideas que yo no puedo expresar mejor. Acá termino yo y empieza el fotógrafo
Carlos Bosch, con un texto que se titula “Se rompió un límite”. Espero que les
hiele la sangre como me la heló a mí.
“Teníamos suficiente dolor al ver las innumerables fotos de náufragos y
cadáveres que no mueven un ápice a nuestra sociedad indiferente, insensible e
inhumana. Ahora nos muestran esta atrocidad que intenta llevar el límite de lo
soportable para que seamos indiferentes al dolor cotidiano. El mecanismo de
insensibilización llega a tal punto que un diario puede publicar “Muerte de un
ruiseñor” cuando se trata de un niño.
El sistema nos está llevando de a poco a insensibilizarnos. Y esto es
otro capítulo de eso. En los años ochenta una niña había caído en un pozo, en
Colombia, y no lograban sacarla. Ese pozo se fue llenando de agua y vimos en
vivo y en directo, por la televisión a color, cómo esa niña se iba muriendo
poco a poco.
Ahora se rompió un límite nuevo y lo vamos escalando.
Hay un problema ético y moral que es fotografiar el cadáver de un niño
de esa manera, donde se ve a un niño como si durmiera, como si fuera un muñeco
roto en la playa. Detrás de eso, hay una competencia de las agencias
fotográficas por buscar mayor cantidad de publicaciones. Allí no está la
intención de movilizar para que algo cambie.
La foto que había que hacer, la foto que había que publicar, era la foto
que contaba qué ocurría detrás del nene, cuál era el contexto por el cual ese
nene terminó allí. Ese contexto tiene a una Europa indiferente, un mundo
indiferente, una Europa y un mundo donde nadie se planteó recibir diez mil
refugiados.”