12.12.15

Volveré y seré un avestruz.

Sí, soy excesivamente miedosa y no, no puedo hacer nada al respecto. Sentir cosas y no saber decirlas es una maldición fuera de mi control por completo. Siempre fue ésta mi forma de decir las cosas y cuando funcionó…bueno, duró más de tres años, digamos que tengo que darle crédito y volver a intentarlo. Así que he aquí la vorágine emocional de los últimos tiempos, a pesar de que había dicho que no iba a ponerle cosas personales al blog. Je suis chaos.
La posta es que cuando nos gusta alguien y/o nos enganchamos (no voy a decir la otra palabra con e), nos ponemos de lo más pelotudos. Somos todos Stephen Hawking o el heredero de Albert Einstein hasta que el puto de Cupido nos deja de un flechazo con las neuronas de una Xipolitakis. Nos creemos todos re capos, pero nos pica el bicho y de repente todo es color rosa Barbie, ves unicornios, arcoíris, todo es flores, corazones, y pasa Axel volando, tirando brillitos y cantando “Celebra la vida”. ¿Exagero? No sé si soy la indicada para decirlo. Decidan ustedes.
El punto es que desde hace un par de meses vengo re pelotuda, colgada, desconectada del mundo y viviendo en su maravilloso planeta (ahhhhh el manuscrito tenía el nombre cagona, ¿no lo vas a poner?). Ah y no quiero bajar, gracias, estoy bien…o no. Ahora, ¿cuándo me autorizaron a aterrizar acá, a instalarme? ¿Lo sabe, le cabe, qué piensa? Oh, misterio, acertijo, enigma, Houston tenemos un problema.
Igual vengo pelotudísima (que Carmen Barbieri no ose robarme el término para hacer una revistonga berreta en Carlos Paz), haciendo todas las pequeñas escenitas y estupideces que hacemos cuando alguien nos gusta un poco…bastante…bueno, se entiende. El que dice que no lo hace miente descaradamente: todos tenemos nuestras pajereadas relativas a la persona en cuestión que si te agarra un psiquiatra te empastilla y te manda en camisa de fuerza al loquero más cercano.
Hace unas semanas, ejemplo perfecto que se parece a lo que estaba sucediendo hace unos minutos, la estupidez n° 1. Hablarle para mí es todo un tema aunque sepa que está todo piola y que, aunque sea en teoría, todo marcha bien Milhouse. Simplemente me da miedo, ¿qué pasa si lo interrumpo haciendo algo importante? ¿Y si estaba durmiendo y lo despierto? ¿Si simplemente no tiene ganas de hablarme? ¿Si no le gusto? Blah blah y preguntas minitoexistenciales aparte, junté valor, encontré la excusa para no parecer desesperada y le hablé. Paso dos, la espera: cinco minutos, diez, quince, media hora, una hora, DOS HORAS. Mi malhumor iba en aumento, se despertaba la enana maldita en un peligroso in crescendo onda huracán Malena a punto de tocar tierra…y entonces me contestó, se pinchó la bronca, sonrisita boba mode on, todo está bien, corazones, flores, Axel cantando. En dos horas me peleé y me reconcilié y él ni enterado; hoy, situación similar, me puse a releer esto y me terminé de decidir por publicarlo porque no sé clavar vistos ni dar ultimátums ni mucho menos decir las cosas de frente.
Estupidez n°2, audiciones de vocalistas, nervios, tweet alusivo y posterior mensaje de buena onda mandando suerte (cute detail). Audición y dobles vibraciones del celular mediante seguimos hablando. Ahora, necesito aclarar que a veces hablar con el socio se me va de las manos hacia charlas bastante interesantes. En un mundo donde muchos pibes no suelen poner en marcha sus neuronas, él es muy inteligente y cerebro mata cualquier estándar que usen las demás para fijarse en alguien. Es desafiante que te hagan pensar de verdad desde otro lado y no sólo responder mecánicamente con monosílabos. Tiene, además, una capacidad de síntesis muy envidiable que le permite poner en un párrafo o en 140 caracteres cosas profundas que me dejan mirando la pantalla con cara de imbécil. Decir mil cosas con treinta palabras es talento, no hay vuelta. Yo no puedo, creo que se evidencia en el largo de este texto mismo.
Volviendo a la estupidez n°2 (estupidez n°2 bis, todas las flores que le eché arriba, ¿qué te pasa, cursiboba?), charla va, charla viene, arte, carrera, mambos filosóficos nocturnos y de repente no entiendo por qué el mensaje fue “Parece que te hicieron mierda”. Me quedé helada. Cinco palabras capaces de catapultarme al borde de eso que pensaba que no estaba… ¿tanto se nota? Mirás al abismo, el abismo te mira a vos, ¿por qué carajo le damos tanta importancia a un comentario random? Cambiamos de tema, todo está bien, todo es genial, no le iba a andar diciendo “Hola, sí, nos vimos una sola vez, me cabés y te voy a escupir en medio minuto todo lo que me pasó antes para asustarte y que rajes”. Pf, en qué universo cabría semejante oración. Y sin embargo me quedé pensando (ven que me deja sacando humo de la cabeza) en el cagazo que tengo, en el peso que tiene, y en lo pelotuda que soy si ante cada cosa me asusto y me quiero esconder debajo de la cama. En que no podés vivir con miedo y tarde o temprano tenés que dejar de jugar al avestruz y salir de tu agujero hobbit hacia el mundo real (#ClaudioMaríaDomínguez).
Estupidez n°3, que no sé a quién corresponde realmente pero se me hace necesario intentar desembrollarlo; igual creo que cada quien tendrá que hacerse cargo de su parte. ¿Qué es esa costumbre de irse cuando la conversación está en el punto más interesante? ¿Qué es eso de desaparecer en el punto álgido de las cosas? ¿Qué es la pelotudez de intercambiar palazos en la semana pero en el segundo que pongo el pie en Luján todo se diluye? No entiendo eso de que se despida cuando estamos hablando lo más bien o incluso tirando algo que parece ser de lo más interesante; me quedo como estirando la mano y sin agarrar nada, como que estoy a punto de tocarlo…y se diluye en el aire, pff, humo de colores, fantasmita, Casper. Ni hablemos de que yo sea capaz de llevar la voz cantante, porque nos morimos de hambre esperando que me anime a moverme. La gente asume que tomar la iniciativa es coser y cantar, pero si yo agarro la aguja termino cosiéndome las cuerdas vocales y créanme que no voy a tener ni la más pálida idea de cómo sucedió.
No entiendo los ni, los grises. Entiendo los sí y los no, los blancos, los negros, y la gama amplia de colores que se pueden definir en medio de ambos. Ahora bien, los grises me desesperan porque son la nada misma. No entiendo si la no concreción es falta de tiempo, de valor, o de interés (que puede suceder y todo piola, pero necesitaría saberlo para dejar de ser la pesada que insiste al pedo). No estaría entendiendo nada, y cuando no entiendo me da miedo y me pongo a la defensiva. Y además, no sé si pueda tolerar mucho tiempo más a Axel cantándome cerca sin saber si tiene razón o tengo que hacerlo mierda de un hachazo y que se vaya a celebrar la vida a otro lado, si puede.
Como no sé decir las cosas de frente porque nunca aprendí quizás tengo que escribir este testamento en vez de simplemente poder mandar un “Che, ¿querés que vayamos a tomar una birra?”. Como no sé decir eso, y tampoco puedo demostrar interés de la manera normal porque normal no soy, ni sé clavar vistos, ni dar ultimátums, ni hacerme la sexy, ni chamuyar y ni hablemos de ser valiente y mandada, hago esta cobardía. Porque capaz parezco tranquila pero en el fondo tengo preguntas, tengo miedos, tengo dudas, y me siento tironeada, amén de que además no sé manejar tanta vorágine minitah en tan poco tiempo. Tironeada entre mis ganas de hablar por Whatsapp como paso adelante y mi orgullo/yonolotengoquehacerquelopidael, tironeada entre mi pánico al rechazo y mis ganas de sincericidio, tironeada entre lo que me dicen los demás y mi propia percepción, y tironeada entre mis ganas de hablarle y esa voz interna que me dice que me tengo que calmar y dejarle su espacio de silencio. Aunque me muera por preguntar si está vacante el espacio de la persona con quien compartirlo.


6.9.15

Europa sin historia, sociedad irresponsable, refugiados sin asilo.

            Europa tiene cerradas las puertas, y el mundo tiene cerrados los ojos y el corazón. Si es que aún se puede hablar de corazón en estos tiempos actuales de desarraigo, fracturas y ríos de sangre.
                        Cierto es que la xenofobia existe desde que el hombre es hombre, porque la humanidad parece tener una necesidad instintiva de delimitar a un Otro lejano y peligroso que haga las veces de chivo expiatorio y cargue con las culpas de todos sus problemas. Porque reconozcamos que hacernos cargo de nuestras responsabilidades no es algo muy común en esta marea rota de individualismos a la que llamamos sociedad.
            También existen desde que el mundo es mundo las guerras contra ese Otro lejano y peligroso, el enemigo eterno. Inútil sería un recuento histórico de las guerras pasadas: la humanidad siempre se ha ensañado en matanzas inútiles y en el sufrimiento del otro. Sin embargo, en la escuela nos enseñan las cronologías de diversos conflictos pero nunca su alcance humano, como si las muertes fueran de tinta y no de carne y hueso.
            Y ahora aparece la foto de un niño ahogado y parece que recuperamos la conciencia de una cachetada. Aylan Kurdi, el chiquito sirio que pudo escapar de las balas pero no de la pobreza ni del cruel destino de los marginados que huyen de un lugar desgarrado. El pequeño al que todos quisimos ayudar cuando ya no había ayuda posible.
            Pero somos realmente ciegos si necesitamos que una foto nos recuerde que el mundo es un lugar cruel. Lo digo muy claro y me hago cargo: a mí, como comunicadora en formación, la publicación de la foto del cuerpito de Aylan me plantea un debate muy fuerte entre el "deber periodístico" y mis convicciones de ética profesional. ¿Realmente es necesario publicar hasta el hartazgo la foto cruda del niño muerto, tirado en la playa como si fuese una cosa? Sí, tiene valor histórico, sí, es un símbolo, pero sacada de contexto no nos cuenta absolutamente nada sobre las circunstancias que llevaron a esta tragedia. Sin un epígrafe, la foto sacada de contexto podría haber salido de otro lado y decir otra cosa (como todo signo, es polisémico y abierto a múltiples lecturas). Entonces, ¿qué valor informativo puede tener, realmente? ¿De qué incierta voluntad de cambio hablan desde los medios, cuando es facilísimo decidir sentado en una cómoda sala de conferencias con un traje caro y un café importado? No puedo dejar de pensar que el verdadero objetivo detrás de la publicación de la foto es el lucro...porque no nos olvidemos de que un medio de comunicación como la CNN o el diario El País sigue siendo una empresa. Además, de tanto verla, la gente se acostumbra a que le presenten imágenes cada vez más crudas, obteniendo cada vez menos reacción.
            A esto quería llegar, en parte: a la reacción mundial que generó la fotografía y que no puedo dejar de calificar como profundamente hipócrita y contradictoria. ¿Saben cuál es el problema? Que vivimos en una sociedad que nos construye como sujetos completamente racionales y ahistóricos, en pleno dominio de nuestros actos y libres de conexiones con el pasado y responsabilidades con el futuro. Entonces nos creemos que todo está perfecto, que la culpa la tiene otro, y que si el pobre es pobre se tiene que joder porque algo habrá hecho, y total no es mi problema.
            Y como nos creemos libres de la historia y dueños de nuestras acciones, somos más hipócritas a cada momento. Hay dos hipocresías gigantes en este caso. La primera es el aluvión de respuestas desde la comunidad argentina, que compartió la foto por Facebook, Twitter, Instagram, y toda red social imaginable, con un discurso progresista y new age que es, como poco, dudoso. ¿Dudoso por qué, me dirán? Porque claro, cuando el nene se muere ahogado en una costa lejana que no es la nuestra y por un conflicto en el que no hemos participado, nos rasgamos las vestiduras y nos horrorizamos porque el mundo es cruel y discrimina. Ahora, cuando mueren niños de países limítrofes en un incendio de un taller clandestino, propiedad de la mujer de uno de los candidatos a presidente más pesados, más de la mitad de la población mira para el otro costado. Cuando una muerte revela la trama perversa de inmigración desesperada y trabajo esclavo que sucede a poquísimos kilómetros de uno, ahí la excusa es que bueno, que se jodan, total vinieron a este país donde nadie los llamó a robarles el trabajo a los argentinos y usar gratis sus hospitales, sus universidades y sus recursos. Como si todos nosotros no fuésemos, en casi todos los casos, descendientes de inmigrantes. Ah, pero esa inmigración tenía la piel blanca y los ojos claros, entonces era otra cosa…
            La segunda hipocresía es, quizás, peor aún. Es, claramente, la hipocresía europea, que tiene varias vertientes. Por un lado, Europa se olvida que ellos también huyeron de las guerras que sus mismos actos habían ocasionado en todo el continente, porque eran el resultado lógico de un siglo de codiciar los mismos trozos de territorio y ocasionar escaramuzas de variada intensidad. Se olvida que su gente también estuvo hambrienta, asustada y sola, cruzando el Atlántico, dejando atrás parte de su familia y buscando a tientas un nuevo hogar mientras veían cómo el suyo se desangraba bajo las balas. Lo peor de todo: se olvida de que nadie les cerró las puertas, de que fueron recibidos e integrados. No es que haya sido la panacea, ni que no haya habido xenofobia, pero los dejaron entrar sin marcarlos como intrusos y los dejaron integrarse a nuestra naciente sociedad (que a nuestros gobernantes les convenía eso no lo niego, pero podrían haber cerrado la inmigración y eso no sucedió). Yo misma tengo sangre italiana y española, soy la viviente prueba de que fueron acogidos en su segundo hogar. Así que si tienen ganas de desmentirme este punto, mírenme a mí (y en muchos casos podría decir: mírense ustedes). Miren sus apellidos extranjeros, sus rasgos, sus colores, y piensen en ello.
            Por otro lado, y es lo más irónico de la cuestión, las potencias europeas y Estados Unidos son parte culpable de la situación actual de los países de origen de todos los asustados seres humanos que huyen de las balas y el hambre. En primer lugar son culpables de haber colonizado los territorios de la periferia mundial por ellos delimitada en los siglos anteriores. La razón por la cual un mapa de
África y el Oriente Medio acompaña este artículo es para que observen las fronteras, muchas de ellas rectas, prolijas, trazadas con regla, con total indiferencia ante las voluntades de sus pobladores de aliarse o no para conformar una nación. ¿A qué viene esto? A que los procesos de colonización primero y descolonización después generaron países dependientes con gobiernos inestables y poblaciones sometidas a cambios de amo, pero nunca de sistema de dominación…lo que nos enlaza directamente con el segundo punto de la culpabilidad. Al comenzar el proceso conocido como Primavera Árabe, muchos países se rebelaron contra los gobiernos abusivos, autoritarios y tiránicos que tenían (entre ellos Siria, país de origen de estas familias en el centro de la escena). Y no creamos ingenuamente que el resto del mundo permaneció quieto mirando…ah, no, eso no. Siempre que haya un beneficio de algún tipo, generalmente asociado a una negra y espesa sustancia llamada petróleo que casualmente mueve las industrias pesadas del mundo capitalista central, estarán Estados Unidos y la OTAN (sus amigos europeos) detrás de la espiral de violencia. Ya sea acusando a los rebeldes de terrorismo, o al gobierno de antidemocrático, o de que sustenta a ISIS o a Hezbollah, encuentran la manera de financiar a un lado u otro de la guerra, sin ver que así matan a civiles inocentes. Ah, ¿que sólo son daños colaterales? Escalofriante eufemismo.
            Entonces, cuando escucho que se hará un “reparto equitativo” de las personas, me pregunto si será equitativo teniendo en cuenta las culpas de cada país en esta situación, sean éstas bélicas, financieras, sociales, o de cualquier dimensión. Porque no me vengan a decir que Luxemburgo o Estonia pesan aquí igual que Alemania, Francia o el Reino Unido…Y ni hablemos de Estados Unidos, que permanece callado cuando también debería hacer un mea culpa. Todos ellos deberían hacerse cargo de sus culpas históricas, porque aunque se crean ahistóricos, no lo son en absoluto.
            Un punto clave a destacar. No, no son inmigrantes, son REFUGIADOS. El cambio de concepto es crucial para explicar por qué lo que está haciendo Europa es de la peor vileza y, para tener más a mi favor, también ilegal. En notorias y numerosas convenciones de derecho internacional se reconoce el derecho humano de asilo que tiene un perseguido y que no puede ser negado. Entonces ésta, la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, quiere ser ocultada diciendo que son “migrantes ilegales” cuando en realidad son refugiados que huyen de un horror que ellos NO provocaron. Pero pesa más la palabra de Angela Merkel o del parlamento húngaro que el dolor humano y el derecho básico. Vuelvo a decirlo: es facilísimo decidir cuando se tiene una cama caliente, un techo bajo el que descansar, comida a mano y derechos garantizados.
            Para terminar, vuelvo al debate interno que me generó la publicación de la foto, y al cuestionamiento que creo debe hacerse sobre el rol de los fotógrafos y periodistas que cubren estas catástrofes. Para que lo piensen, les dejo un texto que no es mío, pero con ideas que yo no puedo expresar mejor. Acá termino yo y empieza el fotógrafo Carlos Bosch, con un texto que se titula “Se rompió un límite”. Espero que les hiele la sangre como me la heló a mí.

“Teníamos suficiente dolor al ver las innumerables fotos de náufragos y cadáveres que no mueven un ápice a nuestra sociedad indiferente, insensible e inhumana. Ahora nos muestran esta atrocidad que intenta llevar el límite de lo soportable para que seamos indiferentes al dolor cotidiano. El mecanismo de insensibilización llega a tal punto que un diario puede publicar “Muerte de un ruiseñor” cuando se trata de un niño.
El sistema nos está llevando de a poco a insensibilizarnos. Y esto es otro capítulo de eso. En los años ochenta una niña había caído en un pozo, en Colombia, y no lograban sacarla. Ese pozo se fue llenando de agua y vimos en vivo y en directo, por la televisión a color, cómo esa niña se iba muriendo poco a poco.
Ahora se rompió un límite nuevo y lo vamos escalando.
Hay un problema ético y moral que es fotografiar el cadáver de un niño de esa manera, donde se ve a un niño como si durmiera, como si fuera un muñeco roto en la playa. Detrás de eso, hay una competencia de las agencias fotográficas por buscar mayor cantidad de publicaciones. Allí no está la intención de movilizar para que algo cambie.
La foto que había que hacer, la foto que había que publicar, era la foto que contaba qué ocurría detrás del nene, cuál era el contexto por el cual ese nene terminó allí. Ese contexto tiene a una Europa indiferente, un mundo indiferente, una Europa y un mundo donde nadie se planteó recibir diez mil refugiados.”

20.8.15

Agustín: entre el libre albedrío y las condiciones estructurales.

            Luján está triste, bajo agua y sangre. Luján está en shock y no entiende. Luján duele y no para de llorar de bronca e indignación.
            Parece que siempre llueve sobre mojado y que los problemas se acumulan en esta ciudad tan abandonada por el Estado, tan sometida a la desidia de los políticos y las chicanas entre los gobiernos de turno. No solo estaba gran parte de la ciudad bajo agua sino que también bajo la inseguridad, la muy real inseguridad. Y que vayan a preguntarle a la familia de Agustín si es una sensación o no.
            Agustín Cantello, así se llamaba. Tenía 25 años,  trabajaba en el kiosco de Alejo (como le decimos los lujanenses), y era un amor de kiosquero. Bastaba ver cómo atendía a los chicos de la escuela 14 cuando le iban a comprar golosinas, con la sonrisa con que los recibía, y con el cariño que los nenes lo saludaban. Y, personalmente, la paciencia que me tenía cuando le llevaba mil cosas para imprimir.
            Los verbos están en pasado porque el jueves 13, a eso de las 20, un menor entró al kiosco de Alejo para robar y le disparó a sangre fría en el hombro. Agustín llegó al hospital gracias a la rápida acción de los bomberos, pero murió durante la operación: su cuerpo no resistió y el excelente personal médico nada más pudo hacer. El momento del disparo está filmado y se puede ver, pero no pongo el link para no revolcarnos en el morbo. Y, además, porque lo vi y sé que congela la sangre.
            Al día siguiente se hizo una marcha para pedir justicia, a la que fui, y durante la cual se echaron culpas y patos políticos a diestra y siniestra. Y si bien realmente creo que gran parte de la culpa la tienen ciertas autoridades nacionales y provinciales (las municipales están atadas de pies y manos), no pude evitar reflexionar que todo lo que nos está sucediendo se anuda, necesariamente, en un nivel mucho más sistémico y estructural. Que, como todo fenómeno social, es complejo, es dialéctico, y tiene una base material. O al menos así lo veo yo.
            Acá uno de los grandes culpables es el sistema horrible en que vivimos, que para mí tiene nombre y apellido y se llama capitalismo neoliberal. Somos todos hijos de este sistema, del mismo sistema que es viejo y zorro y se vive reinventando para sobrevivir. Hijos de la estructura que nos enseña a normalizar tantas cuestiones: que para triunfar en esta vida necesitamos ser individualistas y pisotear al otro; que es normal que unos tengan tanto y otros tan poco e incluso nada; que el dinero es el fin último y más importante a obtener; que el pobre es pobre porque quiere y es un enemigo; que para obtener ese dinero, ese plus que pocos tienen, a veces hay que violar la ley y desvalorizar la vida ajena.
            Y el capitalismo es un gran pulpo que nos envuelve, nos determina y nos aferra a sus contradicciones. Cómo escapar de él es un dilema largamente debatido, porque hasta quienes somos críticos estamos insertos en él y participamos de sus prácticas. Todos compramos cosas, celular, ropa, trabajamos, necesitamos dinero. Somos casi todos, con posible excepción de los más poderosos e incluso de eso tengo dudas, como peones llevados y traídos por fuerzas que nos superan. Y, sin embargo, conservamos nuestro libre albedrío para decidir qué hacer con el poco poder que nos queda.
            Nicolás Caro eligió, con ese libre albedrío, un camino deplorable. Él es responsable de haber ido a Kiosco Max y de haber apretado el gatillo que disparó la bala, pero hay otros responsables también. Él llegó a la situación del jueves por una cadena de hechos y factores que iniciaron mucho antes de que naciera: círculos viciosos de pobreza estructural, desidia estatal, ajuste, falta de educación, brecha de riqueza, odios latentes, una sociedad dividida y una idiosincrasia que no le tiene mucho respeto a las normas. Todo eso lo condicionó y sin embargo no lo justifico: nos condiciona a todos y no todos robamos a mano armada. A lo que quiero llegar con esto es que lo gestado en generaciones solo podrá solucionarse a largo plazo, y con cambios sociales que reviertan todos los factores que mencioné antes. Amén del debido juicio y la debida sentencia que este chico DEBE tener, hay cosas que sólo podrán ser cambiadas como sociedad con procesos largos de los que tenemos que ser conscientes.
            Y aquí viene nuestra parte culpable como argentinos. Somos una comunidad semidormida que reclama cada tanto con gritos muy potentes, pero efímeros. Cuando llegamos al punto de ebullición explotamos con fuerza, pero después volvemos al estado de la nada misma que fue, precisamente, punto inicial del desastre.
            Fácilmente comprobable mi hipótesis. Dijimos “nunca más”, y desaparecieron Jorge Julio López, Luciano Arruga, María Cash, Marita Verón. Dijimos “ni una menos”, pero al día siguiente ya seguían quemando mujeres, y tantas otras con moretones…o peores heridas internas y psicológicas que no se ven, pero se sienten. Dijimos “que en Luján no mueran más pibes” cuando mataron a Lautaro Soto, pero acá va Agustín a demostrarnos que chillamos mucho y mordemos poco. Que no nos pasa nada excepto en momentos álgidos.
            Se te inunda la ciudad, te matan un pibe, salís a marchar, pero fuera de eso seguís en tu vida como si nada. Hablan de la memoria, la verdad y la justicia. Yo les digo que no están. ¿Saben por qué? Porque nos falta memoria como votantes, para elegir bien y recordar quién hizo qué (o no hizo qué) en el cuarto oscuro. Nos falta verdad como pueblo, porque nunca se sabe qué sucedió ni se esclarecen los hechos. Y dicho sea de paso, el derecho a la verdad como figura jurídica que debería cumplirse, claramente es solo un sueño. Finalmente nos falta justicia como sociedad, no sólo porque quienes cometen delitos no pagan, sino porque nuestra sociedad se basa en la injusticia para funcionar. Porque el sistema lo exige, lo necesita: la injusticia y la desigualdad son sus bases, y a nosotros nos parece bien y no hacemos nada.
            Una imagen de la marcha, para cerrar. Una piba de rastas, de unos veintipico, que lloraba desconsolada frente a la Municipalidad de Luján. Evidentemente ella conoció a Agustín y estaba dolidísima. Ok, ¿se la imaginan, la visualizan? La vieron quizás, incluso, como la vi yo. Lo que tenemos que entender es que ese mismo dolor que nos tocó ver, es el mismo que se reproduce en cada círculo íntimo de cada víctima de cada hecho, y que si un dolor nos llegó, todos deberían. Por eso es que TENEMOS que actuar. Porque el dolor es inmenso y surge, en grandísima parte, de la apatía de muchos, políticos, sí, pero ciudadanos también.
            Si en octubre podés rememorar mínimamente ese dolor, actuá en consecuencia. Pero no solo en octubre y desentendiéndote. HACÉ ALGO. Movete, hacé una cruzada solidaria, unite a una ONG, protestá, no lo sé, lo que creas conveniente. Pero movete. Que si no nos movemos todos, nos traga el sistema. Que si nos quedamos quietos nos traga la desigualdad y si no hacés nada, el “ni uno menos” va a terminar diciendo “ni uno menos que se rebele, ni uno menos que piense, ni uno menos que haga”.

            La unión hace a la fuerza, pero para eso, Argentina, necesitás un gran despertador. Ring ring, despertate, que queremos el cambio social. Vos, con TU libre albedrío, hacé lo que otros no pueden: despertate, movete, rebelate. Cambiá para que cambiemos: los grandes cambios se gestan desde abajo.

Humanos salvajes: el goce infinito de perder el control

Encontré este texto dando vueltas por ahí, que había escrito para Taller de Expresión I en la facu y jamás publiqué. Como me gusta bastante, lo posteo ahora, porque creo que puedo relacionarme con él en mi situación. Téngase en cuenta que data de cuando Relatos Salvajes estaba en apogeo pleno.


Temper temper, time to explode
Feels good when I lose control
“Temper temper”, Bullet for My Valentine.

Aullar a grito pelado “¡HIJO DE PUTA!”, trompearse con alguien de quien conocés apenas el nombre, dejar toda una relación por una calentura, llorar con espasmos histéricos sin motivo alguno, dejar la facultad, renunciar al trabajo, tirar todo porque sí.
¿Cuál es el placer que se esconde detrás de perder el control? ¿Qué necesidad oscura satisfacemos cuando insultamos a cualquier desconocido por la calle solo porque no nos cedió el paso o porque nos gritó alguna obscenidad? ¿Por qué motivo llegamos incluso a gozar una discusión con alguien que configura una parte clave de nuestras vidas?
Vivimos reprimiendo lo que sentimos. Día tras día nos encontramos conteniendo, dominando lo que nos pasa: enojo, tristeza, furia, deseo, todo aquello que la sociedad considera que debe quedar para la intimidad, todo aquello que no está visto como un atributo adecuado del correcto ciudadano moderno. Pero, ¿qué pasa cuando lo dominado trata de salir…y eso nos gusta?

Relatos Salvajes es, por lejos, la película argentina más taquillera del 2014. Dirigida por Damián Szifrón, está articulada en seis cortos que muestran que, como advierte el subtítulo del afiche, todos podemos perder el control.
Eso ya  lo teníamos bien en claro. Yendo más allá, hay dos de los cortos que muestran muy claramente (creo que en los otros está solo insinuado) el placer de perder el control. Hablo de “El más fuerte” y de “Hasta que la muerte nos separe”.
En el corto protagonizado por Leonardo Sbaraglia se juegan muchos factores, como la lucha de clases, la discriminación, la soberbia del “macho argentino”, la sed de venganza. De todas maneras hay un elemento que los une para dar vida al relato, y es justamente el placer de perder el control, de enredarse en una pulseada a muerte por la nada misma, por el mero disfrute de pasarse de la raya. Los personajes reaccionan desmesuradamente ante una mínima provocación en una contienda que, como una bola de nieve en una avalancha, no puede terminar sin reventar. Cada una de las agresiones está dirigida con saña y maldad, y ambos disfrutan salirse de los límites simultáneamente, por lo que el debate moralista que quiere descubrir quién fue el malo y quién el bueno queda fuera de la cuestión. En el simple acto de insultar al otro, de romperle el auto, o de hacer sus necesidades arriba del capó (quizás descendiendo al más bajo nivel de la animalidad que puede alcanzar un ser humano) hay un inmenso deleite, un goce primitivo de los dos que los desbarranca hacia el desastre.
Por otra parte, en el corto protagonizado por Érica Rivas la pérdida de los estribos viene ocasionada por el descubrimiento de la infidelidad de su flamante esposo en medio de su fiesta de casamiento, y por darse cuenta de que la amante estaba sentada en la mesa de sus compañeros de trabajo. Un cóctel explosivo que lleva al personaje a pasar por la tristeza, la humillación, la impotencia y la ira en minutos, y que la desborda por completo, dejándola en un estado donde ya no le importa nada más que satisfacer sus impulsos. Todo lo que hace después de confirmar el engaño de su marido está signado por la pérdida del control y por su placer oscuro: el llanto histérico, el breve amorío con el cocinero, la manera en que escupe su dolor y su rabia en el monólogo de la terraza, la ironía con la que se burla de la suegra, la manera en que ataca a su rival. Incluso la insólita reconciliación con su marido, al final del corto, también es una manera de perder el control, porque ya no importa si la familia está mirando, si la situación es ridícula, si la fiesta se arruinó: ambos sucumben y se enredan haciendo el amor desaforadamente arriba de la torta, traspasando el tabú del “aquí no”, del “no enfrente de la gente”, exponiendo ante todos lo que debería ser un acto íntimo.
El mismo Szifrón declaró que lo que conecta la película, en un punto, es “la difusa frontera que separa a la civilización de la barbarie, del vértigo de perder los estribos y del innegable placer de perder el control”. Queda confirmado el deleite que sentimos cuando dejamos que se diluyan los límites. Pero todavía está la pregunta: ¿por qué lo disfrutamos?

El gran escritor estadounidense Edgar Allan Poe, ya en su época, advirtió sobre estos impulsos irracionales que el hombre lleva en lo más profundo de sí, y los agrupó bajo el influjo del demonio de la perversidad. El autor le da ese nombre, en un cuento homónimo, al sentimiento radical, primitivo que nos hace actuar bajo la razón de que no deberíamos hacerlo, por el gusto de hacer lo prohibido, de hacer el mal por el mal mismo sin que haya un deseo de estar bien en la misma acción.
Al final del cuento el personaje, habiendo cedido a la tentación del demonio de la perversidad, en un último momento de lucidez reflexiona: “¡Mañana estaré libre! Pero, ¿dónde?” La pregunta que él se hace nos la podemos hacer todos, y también está planteada en la canción del epígrafe. Las consecuencias de dejar que actúe nuestro instinto pueden ser terribles si no pensamos antes de cruzar la raya, antes de hacerle caso al demonio de la perversidad…porque si ya lo escuchamos, puede que sea demasiado tarde.
Sin embargo, muchas veces nos abandonamos a nuestra parte más bestial aún sabiendo las consecuencias que nos puede traer. El mismísimo Sigmund Freud plantea que el par control-pérdida del control es una oposición en tensión constante por la pulsión de dominio; el impulso de la perversidad es muy fuerte, entonces. Y no es necesario que la pérdida del control sea violenta. Perder el control también significa romper las estructuras en las que vivimos, quebrar abruptamente la forma de vida que veníamos llevando y dejarla caer, salirnos de la imagen controlada que proyectamos siempre, y dejarnos llevar por lo que nos dice nuestra parte irracional e instintiva. Nos encanta romper esa imagen recatada y darle rienda suelta al monstruo que llevamos dentro, por el puro placer de demostrar que hay más en nosotros de lo que se ve. Partes infinitamente oscuras de placeres sombríos.


Si todos perdemos el control alguna vez, y en el medio de la situación nos damos cuenta del goce infinito que nos provoca, entonces sí hay una necesidad que la pérdida del control satisface. Y esa necesidad, por la que nos dejamos caer en las garras del demonio de la perversidad casi sin resistencia, es salirse de los límites de lo establecido, romper con la acartonada rutina y la farsa del ciudadano correcto. El placer de sucumbir a nuestra parte más animal puede tener su raíz en desprendernos de lo que las instituciones nos dan como modelo a seguir, y hacer, aunque sea solo una vez, lo que nuestro instinto quiere hacer. La pregunta que queda, y que cada uno deberá formularse in situ, es parecida a la pregunta del personaje de Poe. Sí, después de la pérdida del control seremos libres, pero, ¿a qué costo?

Cambios

     Vuelvo a mi blog personal después de meses de nada absoluta. Necesito compartir ciertas cuestiones y esta herramienta es la fundamental, asumo. O por lo menos me parece eso. No tengo verdades ni certezas, tengo pensamientos confusos.
     Lo que pasó, pasó, y no tiene sentido negarlo. Por eso, las entradas asquerosamente depres que datan del verano, de una época bastante oscurita de mi vida, las voy a dejar ahí. Son un testimonio de lo que me pasó, son parte de mi historia, y negarlas sería estúpido y contradictorio teniendo en cuenta mi línea de pensamiento. Además demuestran que también soy un ser humano y que puedo escribir de cosas que nada tienen que ver con la política económica o con la exclusión social.
     No invito a nadie a restringirse de leerlas, pero advierto que no son lo más lindo del mundo, y que ya superé un poco esa etapa de darme con un látigo por todo (que no es sano, no lo hagan en casa). Si alguien las quiere leer está perfecto, y si no, también. Libertad absoluta a gusto del lector, por eso las dejo ahí. No pienso negarme a mí misma.
     Dicho esto, voy a retomar la idea primigenia del blog, que era compartir cosas un poco más profesionales. Pero la válida conclusión de lo sucedido acá es que los profesionales somos humanos que sentimos y que, a veces, necesitamos de nuestra expresión profesional para los más profundos problemas personales.
     Avanti entonces con lo profesional, lo político y lo periodístico.

1.3.15

The theory of me.

Acabo de terminar de ver The theory of everything, y es hermosa. Hacía mucho que no lloraba así con una película. Hacía mucho que no me sentía tan identificada, tan transparentemente comprendida. No puedo dejar de llorar.
Sí es sobre Stephen Hawking y sí es sobre su enfermedad. Pero también es sobre la relación con Jane, y la manera en que, a veces, no alcanza quererse cuando los problemas superan las soluciones disponibles. O cuando no hay solución.
Me sentí comprendida. No pienso ponerme al nivel de la enfermedad de Stephen Hawking (nada más lejos de la verdad), pero me identifiqué porque también siento que tengo un problema sin solución, que nadie sabe de dónde salió, y que ni yo misma entiendo. Puede parecer exagerado, pero para mí es una de las peores cosas con las que tuve que tratar, y lo que más dolor me generó los últimos casi cuatro años. Lo que me hizo perder lo que podría haber sido de otra manera…Lo que causa que no me quiera en absoluto y que crea que no va a haber forma, nunca, jamás.
Creo que hay algo que comparto con la gente que tiene problemas sin respuesta, con la gente que padece enfermedades sin cura: estamos muy solos. No es una soledad absoluta en todos los casos. Una persona puede tener mucha gente alrededor y aún sentirse horriblemente sola, porque algo le falta, porque alguien no está. Porque de alguna manera hay una barrera entre una y el resto de la gente, que no se puede saltar, ni esquivar, ni cruzar. Sos diferente, y vos lo sabés aunque el resto no. Eso es lo que te separa. La humillación que te da si tenés que explicarlo, el dolor que te genera, la desesperación de que nadie te entienda, de no poder hablarlo con nadie. Es una carga muy pesada, sobre todo cuando tenés que hacer de cuenta que todo está bien, cuando tenés que poner excusas si alguien habla del tema, cuando tenés que fingir ser normal…y no lo sos. Es muy pesado tener que mentir todo el tiempo, tener que sostener una ficción constante cuando lo único que querés hacer es gritarle a todo el mundo que sí, que sos un fracaso de mujer, que no podés hacer algo que todos pueden. Que algo tan normal para vos es una carga, que algo tan natural y deseado te resulte inalcanzable, cuando debería ser algo casi cotidiano. Sentís la derrota cuando tu círculo más íntimo entra a eso, y vos ahí parada, como si un patova feo y gordo te dijera que vos a ese boliche no entrás.
Llegué al límite de creer que no voy a poder encarar nunca una relación medianamente normal con nadie. Que nadie va a quererme de esa forma, que nadie podría quererme de esa forma nunca…y que no me quisieron tampoco de esa forma, nunca. Después de lo que pasó ese puto miércoles once (sí, era ONCE), de lo que me dijiste, de lo que no me dijiste, pensé mucho. Y al final, tristemente, terminé concluyendo que esos tres años y medio, un poco más, no fueron para vos lo mismo que para mí. Que yo no fui para vos lo mismo que vos fuiste para mí.
Es muy difícil aceptar esto. Para mí, ese tiempo fue hermoso, fue feliz. ¿Problemas? Obvio, teníamos problemas…y yo tenía mi problema, gigante, horrible, insuperable. ¡Pero yo era tan feliz! Me sentía segura, protegida…querida. Yo creía que estábamos en el mismo lugar. Por primera vez alguien estaba conmigo de verdad, por lo que yo era, por lo que compartíamos. O eso pensaba.
Capaz que me quisiste, pero amar, lo que se dice amar, hoy pienso que no estuvo. Porque dijiste que conmigo “estabas bien”, no feliz. No sé explicarlo bien, pero creo que te conformaste conmigo. Quizás fue pena. Quizás me querías de verdad hasta que se destapó todo, y después fue…bueno, ahí es donde no sé qué decir. Tengo la horrible sensación de que te quedaste por muchas razones, pero el amor no fue una de ellas. Y no me sale explicarlo mejor. A veces me quedo sin palabras: hay cosas que no se explican con palabras. En la película, Jane cuida a Stephen, se queda con él, pero quiere irse, no porque no le importe, sino porque no lo ama y no puede más. Eso es lo que siento que pasó.
Lo que más me duele es sentir que fui para vos una carga. Yo solo quería hacerte feliz como vos me hacías a mí. Lo intenté, pero no me salió. ¿Cómo no me di cuenta antes? Tendría que haberlo visto en tu cara de decepción cuando otra vez era lo mismo, tendría que haber notado tu fastidio viendo las relaciones normales de tus amigos y conocidos. Tendría que haberte dejado en paz a tiempo y asumir que alguien como yo no puede estar con alguien normal a menos que se cure. Pero ya no creo que haya una cura para mí, ni para la angustia que lleva años queriendo salir. No creo que exista alguien que tenga la respuesta, porque debería tenerla yo y no la tengo.
Cuando me fui fue porque, inconscientemente, algo de esto vi. Creí que en otro lado iba a encontrar la cura a mis temitas, hasta que entendí que los voy a llevar conmigo a donde vaya, porque viven en mí y nadie que esté conmigo tiene la culpa. Me agarré como una estúpida de la idea de que había una cura en alguien, y la cura no fue. Y ahí estaba la puta soledad otra vez, el estar aislada, el querer romper la mentira de una vez por todas y quedar como una estúpida frente a todos. La angustia, el dolor, la desesperación. Extrañamente, también la certeza de saber que los pocos que saben se burlan de vos, porque nadie entiende lo que se siente…humillante.
Ya no te culpo por nada. Sí, estoy un poco enojada, sí, estoy muy dolida, pero tengo que entender que la causa estriba más en mí que en vos. Es raro, pero te entiendo y veo por qué no querrías nunca que vuelva la carga a tus hombros. Está bien, y hasta te perdono por la crueldad innecesaria de algunas cosas que me dijiste. Creo que hasta las merezco por haber sido una piedra en el camino por tanto tiempo.
En la película se ve cómo él entiende que tiene que dejarla ir, pero nunca deja de quererla en el fondo. Eso me pasa ahora. Entiendo que nunca más te voy a ver, ni voy a escucharte reír conmigo, ni te voy a tener acá cuando te necesite. Sé que te voy a extrañar inmensamente, como te extraño ahora. Tu voz, tu risa, tu olor, tus abrazos, hasta tus enojos, tu conocimiento innato sobre música, tu presencia. Pero ya no estás y hay que asumir estas cosas, aunque en el fondo siga sintiendo lo mismo. Aunque te adore como siempre.
A pesar de todo el dolor, sé que sos una persona maravillosa, y no puedo dejar de decirlo. Sé que vas a ser feliz en tu vida, sea con alguien o no (porque no sé qué querés realmente, pero sí sé que no vas a volver a buscarme nunca). Yo me las voy a arreglar. Es como en la escena de la conferencia, cuando dice que a pesar de todo lo malo podemos encontrar algo en lo que seamos buenos y que nos haga triunfar. Algo voy a encontrar para triunfar, y lo demás será cuestión de tiempo. Por más que necesite a alguien, quizás no sea tan malo estar sola siempre. Bueno, no me lo creo ni yo, pero es lo que hay: cuando sos rara y problemática, no podés esperar que te quieran como si fueses normalita.
Perdón infinito por no haber sido la novia que te merecías, la mujer que querías, la compañera que debería haber sido. Y gracias por haberme hecho sentir normal y querida, aunque haya entendido que no soy normal, y que capaz eso de quererse no es lo que me toca a mí en esta vida. Y me permito decirte lo que no quisiste escuchar: te amo. Aunque sea imposible, inútil, y desesperado, yo te amo. Aunque vos no lo hagas y nadie lo haga, yo sí. No hace falta ser normal para poder amar a alguien, y yo te amo.
Quizás ya no te espero, pero te amo. Y eso es todo lo que sé.

22.2.15

Tres patitos.

No es la primera vez que salgo llorando de Emme. Pero son dos angustias incomparables, y definitivamente me quedaría con la primera si pudiera elegir. El problema es que no puedo elegir, porque siempre hay alguien eligiendo por mí, decidiendo unilateralmente y cagándose en todo. El problema es que hay cosas que no se eligen y no podés dominar lo que sentís ni por quién.
Intenté no escribir nada, me guardé las frases que me venían a la mente en algún cajón del fondo y quise reprimir las ganas para no hacer esto público (o visible al menos, si no público). Pero ya no aguanto más, necesito vomitar párrafos y párrafos de la misma mierda que vengo intentando soportar. Y sí, a vos te digo: si por alguna razón entraste y te jode lo que leés, andate. Tengo la “libertad” de decir lo que se me cante el forro de los ovarios. Por lo menos concedeme eso, ya que ninguna otra cosa estás dispuesto a soltar si se trata de mí.
Estaba todo bien, o al menos bien dentro de los cánones de este momento de mierda de mi vida, que quiere decir que estaba dopada y sin sentir, por eso más o menos tiraba. Yo no sé qué carajo pasó. En un minuto estaba bailando, y al otro estaba parada en una esquina del patio de Emme, sintiendo que no pegaba con el ambiente de gente enfiestada, que algo no encajaba y ese algo era yo. Empecé a sentir que la gente me ahogaba, que el olor a pucho me envolvía, y que hasta la música era un ataque personal. Se, hasta las letras berretas del reagguetón y la cumbia me hacen llorar, estoy hecha un asco. ¿Ves por qué quiero que te lleves la música? La música me hace mal. Toda la música me hace mal, sea Aqua, el Chaqueño Palavecino o la Sinfónica de Londres. No lo soporto, quiero ensordecer por un tiempo. Tu música es mi música, tus libros son mis libros, tus recuerdos son los míos. Tu fantasma es demasiado corpóreo, casi real. Tan real que lastima, pero no lo suficientemente real como para abrazarme y hacerme feliz.
No es la primera vez que esquivo a mis amigos, que recorro esa cuadra tragándome las lágrimas, que me subo al remís haciendo fuerza para aguantar hasta llegar a casa para seguir llorando. Casi que no puedo. Encima el remisero era muy amable, y yo queriendo sacar una sonrisa falsa de algún lado (si pude hacerlo, agradezco a mis clases de actuación). No, todo eso ya pasó antes.
Pero sí es la primera vez que llego y agarro la computadora a las seis de la mañana para escribir boludeces en un blog que nadie va a leer, que nadie va a ver como una alerta, que nadie va a tomar en cuenta como una luz roja. Sí es la primera vez que busco un encendedor y no lo encuentro, que me conformo con fósforos, que los prendo a escondidas y hago algo que jamás pensé que podría.
Bienvenido a mi pozo de autodestrucción. Bienvenido a mi cabeza, donde tus palabras más crueles y las imágenes más punzantes flotan en un loop que no para jamás y me desespera, porque no me deja un solo segundo de paz. Bienvenido a las náuseas, al saltarse comidas, a las muñecas lastimadas, al odio profundo por mí misma. Hola, bienvenido a mi vida después del cisma que me provocaste (y que en realidad debería llamarse Cisma -vos-, pero no se me canta poner el nombre). Bienvenido a mi dolor, al dolor que querés negar y que a mí me consume entera. Bienvenido, acá siempre sos bienvenido.
Creo que podría salir si alguien me tirara una mano. No es que no las tenga, hay varias personas intentando levantarme desde el fondo. El problema es que no son esas manos las que yo espero, las que necesito…aunque si fuera por las manos que necesito, me pudro en el fondo del pozo por el resto de mi triste existencia. Nah, nadie te salva, nunca: si no podés salvarte sola, es mejor que te acostumbres a la oscuridad y la humedad.
Me miro la muñeca izquierda, manchada de negro y enrojecida por abajo. Ya no puedo llorar, estoy bastante seca de lágrimas, pero sigo pensando las mismas cosas, y son las mismas imágenes las que me llenan de náuseas, de rabia, de impotencia, de humillación, de odio. ¿Qué duele más, por afuera o por adentro? ¿Qué es peor, estar deprimida o saberse muerta? ¿A alguien le importa? ¿Alguien hará el esfuerzo de quererme?
Estoy completamente rota. Nunca me sentí tan frágil, tan inútil, tan innecesaria, tan insignificante y minúscula. Tan fea, tan descartable. Y nadie quiere a las minas rotas…es que somos muy cargosas: lloramos mucho, dormimos demasiado, no queremos hablar, no queremos salir, no nos sale reírnos, estamos enfuladas, y todo, TODO, nos causa dolor.
Pobre Mauro. Creo que no se esperaba una loca de mierda como yo. Más bien, una rota de mierda. Y realmente hasta chaparse a una rota es mucho trámite. Pobre flaco, lo compadezco por haber creído ver a alguien donde sólo había un bollo de dolores tapado con alcohol. Y poca ropa, eso lo tengo que reconocer. Pobre pibe, ojalá no se haya sentido mal por mi culpa. Bah, qué flasho, ni le importó.
Quisiera saber quién me lee, que me digan que están ahí (veo las visitas…), que me tiren un salvavidas en forma de “che, acá estoy si me necesitás” o “no me gusta que estés mal, ¿puedo ayudarte?”. Nah, pido imposibles. Las nuevas modalidades de relacionarse implican nulo compromiso, nulo interés, y una completa indiferencia hacia el equilibrio mental de la gente. O eso me enseñaste vos, de la peor manera…
¿Te acordás que yo tenía tres convicciones? Bueno, capaz te interesa saber (yo sé que no, pero me sirve como truco retórico, al igual que hablarte cuando lo más probable es que no me leas) que las convicciones uno y tres siguen completamente vigentes. La dos me la tiraste de un plumazo, cuando yo creía que mis buenas intenciones todavía tenían alguna clase de valor. Pero bueno, ya podré reemplazarla con algo del estilo que me haga funcionar. Por ahora creo que no importa. Últimamente me importa dormir, y lo demás me parece secundario.
Y mientras espero cosas que sé que no van a pasar (que yo te importe, que alguien me quiera, que algo me salga bien), huelo a quemado y estoy llena de hollín, con el maquillaje corrido por el llanto y la cabeza a mil. Miro la pantalla del celular una y mil veces con una esperanza bastante infantil, para después mirarme la muñeca otra vez y volver a empezar el ciclo.

Bienvenido a mi pozo de autodestrucción. Perdón por el olor a fósforo, pero es un mal necesario que me recuerda que todavía estoy acá…y vos no.

12.2.15

Mil dudas y tres convicciones.

De entre las pocas cosas que sé ahora, sé que anoche soñé que me ibas a ver bailar al teatro. Me había olvidado los vestuarios, el maquillaje, no sabía las coreos ni el orden, pero todo eso era poco importante: yo esperaba entre las bambalinas, feliz, sabiendo que la iba a romper con mi sonrisa más brillante aunque tuviera que salir desnuda, sin maquillar, e improvisar cada paso. Que la iba a romper porque estabas ahí para verme.
Nunca llegué a salir al escenario, porque sonó el despertador para recordarme que hay una realidad, y que en esa realidad hay que laburar. Que en esa realidad no estás, o estás a medias y cuando te pinte la calentura, o cuando no encuentres a otra putita que responda a vos. En esta realidad, vengo a ser tu putita de segunda mano.
Pero ahí no se acaba lo cruel. Lo cruel y lo irónico de la cuestión es que en esta realidad vos nunca me vas a ir a ver bailar otra vez, nunca vas a verme actuar o cantar si algún día pierdo el miedo que le tengo. No porque no vaya a volver a bailar, actuar o cantar (de hecho esas tres cosas cobran sentido ahora más que nunca como lo que me permite descargar el dolor), sino porque no querés – probablemente- sentir la obligación de ir. Ojo, está perfecto y todo, pero realmente una se siente inútil cuando no puede hacer partícipe a la persona más importante de su vida de las actividades más importantes de su vida, porque para esa persona ya no pasa por ahí. Y porque le chupa un huevo ser la persona más importante de tu vida.
¿Me voy a convertir en un pedazo de carne que nada más sirve para un rato, y con el que no se puede hablar o disfrutar otra clase de entretenimientos? ¿Da lo mismo que estudie ingeniería nuclear, comunicación, medicina, o teatro musical, si ya no le vas a dar bola a eso? ¿Qué es lo que importa? ¿Qué es lo que da lo mismo?
Siento que me hundo entre las preguntas y entre tu silencio gélido. No entiendo absolutamente nada de nada de nada: al minuto me decís que estás re bohemio, re liberal, y que las ataduras burguesas de los noviazgos son falsas (???????????) y al otro minuto me abrazás y me decís que puede ser algo tierno. HOLA, MENSAJES CONTRADICTORIOS, SEÑALES CONFUSAS. Houston tenemos un problema, y es que realmente te fumaste de la buena. Al menos si no querés nada, no me abraces como si todavía fueras el viejo vos, no me mires con ternura, ¡no pretendas ser el viejo vos! No lo sos, sos alguien raro que me duele mucho, que puede lastimarme y curarme con cinco minutos de diferencia (porque ese beso no tenía sentimientos pero era todo lo que necesitaba). Siento como si me hubieran robado un perro y me hubieran devuelto otro que sólo sabe morderme, pero que después de hacerlo me menea la cola. Me confundís al límite del llanto, de la exasperación, del ahogo, del sentir que soy la nada misma.
Compré tiempo con el pacto, y entré en un juego peligroso. Camino en la cuerda floja, y sé que me voy a caer y no vas a estar ahí abajo para atajarme, sino que me voy a estampar la dentadura contra el piso. El peligro es tentador pero aterrador al mismo tiempo. Me consumen el miedo, la angustia, y el dolor. Aún así acepto, porque no me resigno a perderte y un ni es mejor que un no cuando lo que sentís es fuerte (aunque no te guste escucharlo, te jodés, yo ayer escuché cosas terribles).
Me largás en la cara las frases más crueles como si fuese natural, pero después me mirás como si todavía hubiese algo. NO LO HAY, dejá de fingir, de mentir, no te importo y está perfecto. Vos sí me importás, qué irónica es la vida. Quiero arrancarme el corazón y dártelo para que te lo comas, así no siento más nada de nada, así queda solo el vacío, un hermoso vacío sin dolor. Quiero callar las voces de mi cabeza y vivir en un silencio sordo, incoloro, impalpable, indoloro, etéreo. No creo haber sentido nunca un dolor tan insidioso.
¿Y qué pasa ahora con la “innegable conexión emocional”? Digo, si la física es la única que te importa, eso no hace que la otra desaparezca (es más, hasta la admitiste…). ¿Ves que me das señales muy confusas? ¿Cómo pretendés que no llore si no me das nada seguro? Corrijo: si no me das NADA.
Yo puse todo lo que soy sobre la mesa, aún en la conciencia de que no es mucho y de que es siempre lo mismo. Acá me quedo aunque sea colgando de un hilo, agarrada de un dedo pero con toda la fuerza que pueda. Si me querés echar, adelante, pero eso no significa que no me quede vagando por las afueras de tu vida esperando que se me abra una puerta, una ventana, una claraboya o incluso una chimenea (jo, jo, jo; sos un Grinch y yo…yo no soy nada). Vos pusiste…pena, lástima, apenas un poco de empatía. Pusiste hasta el asco que te doy disfrazado de falso interés. Qué amable de tu parte…
Me siento rechazada, desplazada, ignorada cruelmente, convertida en una burla de lo que soy porque esa burla es la única que puede tenerte, o algo así. Al parecer mi persona completa no es del agrado de Su Majestad. Aj, desde ayer que quiero vomitar, aunque hace un día completo que no como nada. Capaz lo que quiero vomitar son palabras, sensaciones, odio y dolor. Sobre todo odio y dolor, tengo tanto de ambos que mi cuerpo ya no los soporta.
Mi mundo se reduce ahora a mil dudas y tres convicciones. Las mil dudas me las guardo porque sé que no te vas a dignar a responderlas, y que encima te vas a indignar porque te pongo en el compromiso de darme una respuesta. Porque ahora todo es un compromiso, una incómoda obligación, un problema. Pero bueno, te dejo las tres convicciones, por si te interesa. Tratá por favor de no hacer que me las cuestione como me cuestiono todo lo demás, porque no puedo vivir sin certezas, aunque sean tres y acá van:
Una, el dolor es más real de lo que sos vos, y es la última vez que vas a escucharme/leerme mencionarlo. Pero el dolor es lo único que de verdad me recuerda que esto pasó, que es la verdad, y que no se va a desvanecer cuando me despierte como el escenario de mi sueño y como vos en la platea esperando verme. Es lo que me hace reconocer que esta puta realidad es mi puta realidad y que la puta soy yo.
Dos, ni todo el dolor del mundo va a hacer que me vaya. Te quiero en mi vida y a cualquier costo (ya ves cuán masoquista puedo ser…). Ah, y no pienso darte la oportunidad de anular mi derecho a aceptar a costa de mi sufrimiento. Esa es MI decisión y MI problema, no tuyo. Repito que es la última vez que escuchás/leés sobre mi dolor, y que no necesito que me cuides, más allá de que me encantaría que lo hagas (pero no lo vas a hacer así que olvidá que lo mencioné siquiera). Y te pido que no insistas con que busque otra cosa. No quiero otra persona, otra cosa. Si tengo que ser lastimada, que sea por vos y por nadie más. Las otras heridas serían muy vacías en comparación…
La tercera convicción es la más profunda, pero te dije que no la ibas a escuchar/leer hasta que no quisieras hacerlo. Puede que para vos la palabra sea estúpida, graciosa, ilusa, chiquilina, asquerosa o lo que sea, pero para mí significa mucho y no vas a sacarme eso. No te lo permito. Yo denomino mis sentimientos como se me da la gana. Tengo la “libertad” para eso, ¿no? (¿Te volviste anarquista de repente, que la libertad es ahora tan importante? Pf, voy a reventar de sarcasmo y de vómito). Esta tercera convicción sostiene a las otras dos, les da sentido y motor. No lo voy a decir y me lo guardo, vos sabrás a qué me refiero –sé que lo sabés, y que hasta te repugna-. Eso sí, quizás llegue el momento en que te vomite las palabras en la cara porque no aguante más tenerlas adentro, comiéndome el alma. Y te lo vas a tener que aguantar como yo aguanté palabra tras palabra tuya, aún sabiendo que me moría, que me caía, que me hundía y te odiaba tanto como…bueno, eso.

Hasta el día que reviente no vas a volver a escuchar sobre mis sentimientos, mi rencor o mi dolor. Te prometo ser un silencio con patas, un pedazo de carne que se guarda lo que siente, una mina que se cae en un abismo infinito, pero que te abre las puertas (y otras cosas) con una sonrisa. La puta perfecta, la puta silenciosa, la puta insensible. La perfecta y tonta puta de tus sueños bohemios.

9.2.15

La (no tan dulce) espera.

Mirar el reloj cada cinco minutos, chequear Twitter, Instagram, y la última conexión de Whatsapp (lo más importante). Bufar, esperar, repetir la operación hasta el infinito.
Mis últimos días fueron un constante loop de esa rutina obsesivo-compulsiva. Un remolino de rulos y mal humor casi constante, quejas, llantitos, histerias, bajones, gritos, gruñidos, portazos. Ni yo me aguanto viviendo en este síndrome premenstrual perenne.
Nunca tuve paciencia. Esperar un colectivo que se pasó del horario me saca de quicio, me molesta estar esperando indefinidamente que salga Vientos de Invierno, y si tengo hambre y el delivery tarda abro la cortina cada dos minutos. Y si así soy con cosas bastante nimias, cuando el asunto a esperar es importante me pongo muy pesada. Más si el “asunto” es una persona…y si esa persona me saca una considerable ventaja.
Porque clarísimo está que no estoy en posición de pedir nada, ni de querer negociar términos algo más suaves. O espero o a llorar a la iglesia (y durante mi estadía en España creo haber visitado la cuota de iglesias que me correspondía por los próximos 25 años, por lo que ir a llorar a la iglesia no es una opción viable). Y esperar conlleva stalkear….ahhhh, Facebook, el buchón del siglo, el culpable de que veamos cosas que no queremos ver, de que terminemos con un ataque de celos shakesperiano a las 3:30 am cuando al otro día hay que laburar. Un arma de doble filo muy peligrosa si sos una boba con problemas de autoestima y sin control de los celos desmedidos.
Lo peor es que Facebook ya forma parte de nuestras convenciones sociales, por lo que poner una foto de perfil con alguien ya es todo un mensaje muy claro (es un ejemplo nada más pero, ¿quién dijo que el ejemplo era inocente?). Un mensaje que cada quien decodifica como puede; en mi caso, el resultado de esa decodificación es bastante desagradable y también está en un loop interminable.
Ya dije que odiaba esperar. Ahora agrego que odio competir si llevo las de perder. No es que tenga asegurado que las lleve ahora, pero la Señorita Zanahoria (ah sí, me permití apodarla así por el bienestar de mi aparato psíquico) es todo un misterio con anteojos de hipster y privacidad híper restrictiva en Facebook...por lo que no sé dónde estoy parada. Y si no sé dónde estoy parada ni a qué me enfrento, prefiero evitar la competencia.
El problema es que, quizás, ya haya empezado y yo no me di cuenta.
¿Qué recursos tengo? Pocos. Sacar paciencia de algún lado aunque ya creo que agoté todas mis reservas, tratar de mirarme al espejo y ver que soy linda (a veces lo creo ehh, por inverosímil que resulte), y pensar que quizás yo pueda tener otra clase de ventaja: el profundo conocimiento de causa. 
Lo demás será cuestión de oponer pelos secos teñidos de color zanahoria con rulos castaños, cara de torta contra cara angulosa, la nueva contra la vieja, la desconocida contra la muy conocida. Y esperar que este metro cincuenta y seis de energía, de intento de bailarina y periodista tenga una mínima chance de ganar. Esperar, esperar, esperar.

1.2.15

Severino Di Giovanni

Hace 84 años lo estaban fusilando por el único crimen de querer una sociedad mejor. Por el pecado de pensar diferente y de enfrentarse al poder establecido.
29 años tenía, y tres hijos chiquitos. Amaba a América Scarfó como amaba a la libertad y a la anarquía.
No coincido con su radical visión de la violencia, pero no puedo dejar de decir que su historia es inspiradora, y sus proyectos también.
Así que, en el 84° aniversario de su asesinato por el poder conservador, mi más respetuoso saludo al inspirador de mi recientemente descubierto gusto por el trabajo editorial.
Quizás lea a Eliseo Reclus algún día, entienda tu fascinación y siga lo que empezaste. Quizás si lo hago pueda seguir con tu idea de cambiar al mundo difundiendo grandes autores...con la que sí coincido plenamente.
Gracias...en donde estés, gracias, grande.

28.1.15

Tiré la toalla.

Perdí.
Hasta acá llegué, planto bandera blanca y me rindo.
Éste es el momento en que dejo de echarle las culpas al mundo y admito que la culpa de todo lo que me pasa es enteramente mía.
El momento en que me doy cuenta que hay cosas que no se pueden tener cuando no podés ofrecer nada a cambio para tenerlas. Que no tengo nada bueno para ofrecer, que se terminó la inútil mentira de pretender que tengo chances.
¿Las tuve alguna vez? ¿De verdad creí que podía llegar a recuperar lo que se había perdido, lo que nunca debí tener porque nunca me lo merecí? Qué ilusa, qué estúpida y que egoísta, pedir tanto sin dar nada. O dando mierda.
Me encantaría poder pintarme una sonrisa gigante y decirle al mundo que estoy perfecta, que no me pasa nada, que es sólo un contratiempo más, que eventualmente me voy a recuperar, que no me duele.
Me encantaría poder mentir, decir que no soy Malena, que a mis veinte años no soy un fracaso total, que si busco voy a encontrar, que me gusta cómo soy, que mis problemas ya no están.
Pero, ¿de qué serviría? Si mintiera, me seguiría llamando Malena, seguiría siendo un fracaso a mis veinte, seguiría sin encontrar soluciones, sin gustarme, y llena de problemas que me voy a llevar a todos lados porque forman parte de mí. Seguiría dolida, llena de rabia, con impotencia, humillada, harta de mí, harta de tener que pelear conmigo misma por todo.
Entonces decido dejar de flashar, dejar de pensar que las cosas se van a solucionar por arte de magia. Me rindo, no puedo, no debo, no lo amerito.
Me ganaron. Ya no me escondo más: soy una decepción, una mentirita de patas cortas, alguien que pide mucho más de lo que merece.
Me ganaron. Me ganó la vida, me ganó la humillación, me ganaron las personas que aman destruir porque no tienen mejores cosas que hacer, me ganaron las palabras que no quiero escuchar de mí, me ganaron todos los factores que nunca pude controlar.
Me ganó mi peor parte. Me gané a mí misma y no es bueno porque no implica superación. Me saqué sola todo lo que me importaba.
Quisiera poder cambiar, quisiera que todo el esfuerzo que le puse hubiera servido de algo. Qué lindo sería que, después de tantas malas, algo me saliera bien, alguien me palmeara la espalda y me dijera que lo hice genial, que soy mejor, que ahora entienden por qué, que fue un prejuicio, que no estoy loca y nunca lo estuve.
Bueno, eso no va a pasar. Si algo aprendí es que para hacer leña del árbol caído son todos mandados a hacer, pero que nadie, nunca, jamás, te va a preguntar cómo te sentías antes de juzgarte, ni va a replantearse que vos, capaz, estabas cansada, dolida, enojada con vos misma, sacada, harta de intentar sin poder ser mejor de lo que eras, de lo que sos. Porque a nadie le importa, salvando a tres o cuatro personas que tampoco pueden ayudarte por más que quieran. Salvando a la única persona que alguna vez fue más allá de lo que la vista muestra, que se animó a ver que también necesito un poquito de cariño por más que sea una bola de defectos.
Porque es más fácil lastimar que ayudar a sanar, hablar mal que pensar en lo que realmente pasa, burlarse que intentar entender, sentirse superior ante el dolor que tener un mínimo de empatía.
Qué triste, ¿no? Es triste ver cómo se suben a un pedestal de hipocresía y opinan sin saber ni un octavo de lo que estás pasando. Cómo te critican desde sus vidas perfectamente perfectas…perfectamente mediocres, cómo se ríen y les chupa un huevo que vos quieras tirarte abajo del Sarmiento cada vez que pasás por las vías. Cómo se arrogan el derecho de anular tu sufrimiento porque te equivocaste: ‘te mandaste una cagada, ahora no tenés derecho a sufrir, jodete, morite, no nos importa’.
Hoy elijo no vivir más una vida así, no subirme más al pedestal de la hipocresía y la careta (porque sí, admito que yo lo hice también). Hoy me cae la ficha de que toda la mierda de este pueblo chico/infierno gigantesco viene de ahí, de que nos hacemos todos los solidarios y los buenitos cuando en realidad cuando el otro se cae no lo queremos ayudar. Admitamos que todo nos chupa un huevo y somos una manga de forros narcisistas.
Me parece más auténtico reconocer que soy una defectuosa incorregible, una boluda sin remedio, una mina con la autoestima casi nula que no se quiere y es posible que nunca lo haga. Alguien que casi nunca está orgullosa de sí misma porque… ¿qué tengo para enorgullecerme?
Por eso planto la bandera blanca y decido bancarme todo lo malo que me quieran decir, porque lo más seguro es que sea verdad (aunque quienes me lo digan probablemente sean, en el fondo, iguales a mí). Dejo de lado lo que quiero, que no debería tener, y me fumo lo que me corresponde.
Ah, no pido perdón porque no me da la cara. Ni en mil años me ganaría un perdón, ni en un millón, ni en cinco vidas sucesivas. Es mi culpa, exclusivamente mía, y tengo que aprender a vivir con eso.
Me rindo y lo dejo ser feliz con alguien que se lo merezca más que yo. No porque no lo quiera, no porque no lo ame, no porque no esté muriéndome con cada fibra mía para arreglar todo, sino porque no tengo nada que ofrecerle más que lo que soy…que no es mucho, y encima vino fallado por todas partes.

No creo que lo quieras de vuelta…podés tener algo mejor.